Luis Marín / PETRO, EL INIGUALABLE




10/6/18


Hay que ser muy temerario para presentarse en el centro de Bogotá y otras ciudades a proclamar a cielo abierto que la colombiana es la sociedad más desigual del mundo, agregando que “el principal problema que tenemos es la desigualdad social”, no sólo porque sean falsedades, a las cuales ciertos políticos están acostumbrados, sino que con ello se arroja el debate político a un terreno pantanoso del que no puede salir nada limpio.

En Venezuela se dice que la nuestra es la sociedad más igualitaria del mundo, el problema es que hay unos que son más iguales que otros. Con esto se apunta a una de las paradojas de los igualitaristas que predican que debemos ser iguales pero no dicen a quién ni en qué debemos ser iguales.

Por cierto no podemos ser iguales a Gustavo Petro que aspira a la Presidencia de Colombia, ya ha sido Senador del Congreso Nacional, Alcalde de Bogotá, Concejal de Zipaquirá, agregado diplomático en Bélgica, Economista, con especialidades en Administración Pública y en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional de la Universidad de Lovaina, Bélgica, maestría en Economía de la Universidad Javeriana y Administración de Empresas en la Universidad de Salamanca, España; quien se desplaza en limosinas blindadas con chofer y escoltas armados, como quien dice, un humilde ciudadano.

Otra paradoja de los igualitaristas que, por alguna razón extraordinaria, no perciben lo desiguales que son ellos respecto de las demás personas a quienes incitan a odiar las desigualdades: ¿Quién es igual a Castro, Ortega, Evo, Bachelet, Chávez? La lista se puede hacer interminable.

Cuándo se trata de investigar algo acerca de los índices de desigualdad, qué es lo que miden y cómo lo miden, se encuentra que el más difundido es el Coeficiente de Gini, que utilizan innumerables instituciones en todo el mundo que tratan de tomarse en serio el tema de la desigualdad y darle un tratamiento si se quiere “científico”.

El índice oscila entre cero y uno, el primero asignado a la sociedad de perfecta igualdad y el otro a la perfecta desigualdad, originalmente aplicado a los ingresos, hoy en día se usa para cualquier valor susceptible de ser distribuido. Visto así, la sociedad que cae dentro del concepto hipotético de perfecta desigualdad es Cuba, “donde una persona tiene todos los bienes y los demás ninguno”.

Petro siempre enfatiza que la sociedad colombiana es la más desigualitaria “socialmente” de toda la humanidad, dice que en ninguna parte la “distancia entre los que más tienen y los que menos tienen es tan abrupta, tan abismal, tan bárbara como la que existe en Colombia”, de allí la convierte en la causa de todos los males: “violencia, corrupción, narcotráfico son intentos ilegales de salir de la desigualdad”. Es difícil concentrar en una sola frase tantas falsedades.

Veamos, no parece preocuparle la desigualdad política, jurídica, de información o conocimiento, sino la desigualdad “social” que es un término más vago, difuso, que puede incluir educación, salud, vivienda, alimentación, vestido y hasta el prestigio social, respeto y reconocimiento, de manera que es un imponderable.

La específica igualdad de ingresos fue derrotada el primer día de la revolución bolchevique por los mismos camaradas que constataron que era imposible que obreros veteranos tuvieran el mismo salario que los aprendices que ponían a su cargo para que los entrenaran.

Los generales del ejército rojo no conciben recibir la misma paga y rancho que los reclutas rasos y así sucesivamente en toda la burocracia soviética, no por una cuestión de orgullo o privilegio, sino porque es terriblemente injusto: en ninguna parte el que sabe, hace, tiene más cargas y responsabilidades puede recibir lo mismo que el que menos.

Otra paradoja de los igualitaristas es que usan y abusan de términos incontrovertibles, es decir, nadie puede encaramarse en una tarima, como Petro, y proclamar: “Yo estoy de acuerdo con la desigualdad”, aunque ésta sea un hecho incuestionable, imposible de erradicar y que incluso sea indeseable hacerlo. Así no puede haber un debate sincero.

Exactamente lo que ocurre con el discurso por “la Paz” de Santos y los comunistas en general porque, francamente, ¿quién puede estar en contra de la paz? Por eso se criticó tanto su pregunta: ¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?

¿Quién, en su sano juicio, podría estar en desacuerdo? Sin embargo los colombianos fueron lo suficientemente perspicaces para advertir la manipulación y mayoritariamente votaron que NO al “acuerdo final”, que era el gallo tapado bajo la cobija de “la Paz”.

Aunque al final Santos y las FARC se saltaran olímpicamente el resultado del plebiscito e hicieran lo que querían mediante dudosos acuerdos parlamentarios y maniobras judiciales, con lo que se demostró que “el acuerdo final” ni terminó el conflicto ni construyó una paz estable y duradera como tanto advirtieron sus críticos.

Otra vez los administradores de la violencia insurgente, los que siguen la línea del odio de clases, vuelven al chantaje de que o les dejan conseguir sus fines revolucionarios de manera pacífica, mediante elecciones, o no van a tener otro remedio que echarse al monte, del que en realidad nunca han salido, para conquistar el poder por la fuerza.

Esa es la disyuntiva planteada por Petro, de que si no lo eligen a él sería volver a la guerra. Lo dice por sí, por Timochenko y compañía, porque una constelación de facciones de las FARC y otros grupos armados nunca han abandonado las hostilidades.

¿Cómo puede Petro hacer compatible su discurso igualitario con la ideología de género? Una postura cuyo centro de gravedad es la exaltación de la diversidad, el reconocimiento del que es “diferente”. Luego, ¿somos iguales, diferentes o somos igualmente diferentes?

Esto parece un juego de  palabras, pero es un problema serio, de consistencia del discurso, que Petro ni consortes tienen la menor intención de aclarar, al contrario, graba sobre  mármol pulido: “Garantizaré la igualdad de género”. ¿Qué es eso? Un perfecto galimatías.

En verdad no hay partidarios de la desigualdad ni de la guerra porque ambos fenómenos simplemente existen, están ahí acompañando a la humanidad a lo largo de toda su historia y aceptarlo es un acto más de sentido común que de realismo.

¿Cuándo y dónde no hubo guerras y desigualdad? La cuestión de evitarlas o aliviarlas es una aspiración, un desiderátum, al que se puede legítimamente aspirar; pero paz e igualdad no pueden presentarse en una oferta electoral por irrealizables, ni poner en el debate porque son incontrovertibles.

Es inaceptable la deliberada mentira de Petro y consortes al predicar que la desigualdad es la causa de la violencia y la guerra; si así fuera, las guerras mundiales hubieran estallado en África y no en Europa, el conflicto armado sería en Haití no en Colombia.

La cruda verdad es que la violencia y la guerra son una decisión política del Partido Comunista, el M-19 y otros, que siguen la estrategia de la “lucha armada” ideada y aplicada por Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba, que luego han tratado de imponerle al resto de América Latina e incluso a los EEUU, a través de Puerto Rico.

La agenda real de cuestiones a resolver incluye pobreza, ignorancia, delincuencia; no la desigualdad, que seguiría existiendo aún en el supuesto de que aquellas se redujeran a la insignificancia: los pobres como los ricos, cualquiera sea el criterio de división, son tan desiguales entre sí que una sociedad hipotética de puros pobres o ricos seguiría siendo desigual, porque no puede ser de otro modo.

Por último, los criterios primarios de diferenciación de las personas como la inteligencia, fuerza, carácter, belleza, simpatía -la lista puede ser infinita- seguirían siendo relevantes; como conducta, rendimiento, eficacia, eficiencia, dedicación, honestidad, por lo que  recompensas y castigos no pueden dejar de ser desiguales, so pena de ser injustos.

La única igualdad consistente es la igualdad formal, ante la Ley, que se traduce en que la Ley es la misma para todos; pero la que es igual es la Ley, no las personas.



Luis Marín

10-06-18


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