12/10/14
Juan Carlos Sosa Azpúrua escribió una novela (La muerte tiene muchos rostros, Ediciones PYV, Caracas, 2014) en la que explora un género novedoso que de manera un tanto provocadora podríamos llamar “realismo-real”, en oposición al famoso realismo mágico y su antecesor real-maravilloso, ambos fenómenos latinoamericanos que tantos favores le hicieron al comunismo internacional, hincando sus raíces comunes en el ya para entonces denostado realismo socialista.
No debe ser casual que sus más conspicuos representantes, Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier respectivamente, fueran ambos castristas, sutiles propagandistas del comunismo y representantes, oficioso y oficial, del régimen de La Habana.
Así que, de entrada, el libro de Juan Carlos implica un conjunto de osadías. La primera, no la mayor, es que incursiona en un espacio de absoluta hegemonía izquierdista. En efecto, en Venezuela hay una larguísima tradición de literatura testimonial, pero en su mayoría, sino toda, ha sido escrita desde una perspectiva de izquierda.
Los textos, sean novelas, cuentos o poesías, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado, describen las peripecias de aventuras guerrilleras, conflictos morales y emocionales de la derrota, testimonios de vida de dirigentes de partidos comunistas o socialdemócratas que, para este efecto, es lo mismo.
Así, ésta sería la primera novela específicamente política escrita desde una perspectiva no comunista, que no sucumbe al temor reverencial que ha impuesto el izquierdismo en el medio cultural, al terror de ser calificado como “de derecha”, lo que implica la exclusión inmediata del medio e incluso al mero poder ser considerado intelectual. Como se sabe, la izquierda acapara la inteligencia y el ingenio, dejando a la derecha el monopolio de la brutalidad y la estulticia.
Este guión era fácil de vender cuando la izquierda estaba en la oposición y tanto más si formaba parte de la resistencia contra las sempiternas dictaduras militaristas; pero cuando acceden al poder trastocando roles con militares y policías represivos, resulta francamente indigerible.
Esta es la razón de los conmovedores lamentos de tantos artistas e intelectuales que claman porque esta tiranía pase pronto para ellos volver a llamarse de izquierda sin sentir vergüenza; así como del empeño exasperante de seguir llamando “fascista” a este régimen siendo como es una franquicia de los Castro Brothers.
Desafiando los análisis habituales de los críticos literarios, esta novela no es un fin en sí misma, ni un mero ejercicio estético o retórico, sino que pretende explícitamente llegar al lector con dos finalidades: Esclarecer una situación deliberadamente oscurecida y cambiar la narrativa con la que se pretende engañar al país y al mundo. Narrativa que comprende dos interlocutores necesarios, el gobierno y su oposición oficial, que se necesitan tanto el uno al otro como una mano a otra para lavarse.
La novela-verdad presupone un guiño entre autor y lector, un pacto tácito que dice así: “Esto es pura ficción; pero todos sabemos que es la cruda realidad”.
ROSTROS DE LA MUERTE
Al contrario de lo que sugiere el título, esta novela no trata de la avalancha de muertes que ahoga al país desde hace años, pero que en estos días ha aumentado al punto que es imposible ocultarlo, a pesar de la imposición de censura y autocensura.
Más bien se trata de modos de morir: una sería la muerte física que acompaña a la vida como su reverso inevitable; discutiblemente, porque el libro es un diálogo permanente, la muerte de los ideales, víctima del cinismo reinante; otra, la de las ilusiones, que sería consecuencia de la anterior y por último, la peor de todas, la muerte del alma, que signa a quienes eligen ser esclavos.
Son los usufructuarios del poder, esa mezcla de fanáticos, psicópatas y oportunistas sin escrúpulos cuyo principio de conducta es la venganza y su norte la destrucción; pero también pueden ser personas obnubiladas por la propaganda oficial, que optan por el silencio, de los que no puede saberse si realmente creen las mentiras oficiales y ofrecen una neutralidad simulada a cambio del quince y último, una misión, la promesa de una vivienda o la precaria seguridad de los indiferentes.
La renta petrolera es una fuente casi infinita para comprar voluntades, sobornar conciencias, neutralizar rebeldías; el poder de la petro-chequera se extiende al exterior aumentando la mudez, ceguera y sordera naturales de la mal llamada comunidad internacional ante las tragedias que ocurren en países vecinos, bajo el tácito acuerdo de que los demás tampoco miren mucho el patio respectivo.
La nueva narrativa implica no aceptar el lenguaje del opresor, por tanto, rechazar el discurso clasista que impone una visión de la sociedad como si estuviera dividida en clases antagónicas; el racismo, incluyendo esa imagen de Bolívar que lo representa como si hubiera sido un mulato cubano; el apelativo “bolivariano” adosado a todas las instituciones públicas; así como los símbolos patrios con ocho estrellas o el caballo puesto al revés, que son parte de la simbología colonialista cubana.
La primera gran denuncia consiste en señalar sin ambages que la oposición forma parte del régimen, es un cómplice necesario sin el cual no sería posible el fraude electoral, pero tampoco el tinglado de instituciones ficticias detrás de las cuales se esconde el nudo poder del crimen organizado transnacional.
Es cierto que este es un régimen criminal, pero no lo es menos que se sostiene gracias a la colaboración y encubrimiento de la oposición oficial, que ni siquiera quiere llamarse oposición, sino que se identifica como “alternativa”, una leal oposición a su majestad.
Otra denuncia contundente señala el bazar en que se ha convertido la política criolla; nos enteramos de que no solo hay empresas de maletín sino también partidos de maletín. Algunos gestores inscriben partidos a nivel nacional en el CNE reservándose una especie de marca comercial; luego ofrecen su apoyo al mejor postor y venden el partido con todo y siglas, banderas, himnos y hasta un programa ideológico registrado.
Este mercadeo también se extiende al exterior. Aparecen gurúes que ofrecen asesoría en medios y contactos urbi et orbi a cambio de honorarios exorbitantes; en realidad son hábiles embaucadores con mucho rating en los medios y lobbies internacionales.
Hay que salir al exterior y caer en el campo minado de mentiras sembradas por la oposición de que en Venezuela hay una democracia imperfecta, un déficit democrático quizás, pero en vías de superación; que hay elecciones limpias que no han sabido ganar, pero están en eso; la más cruel de todas, por aniquiladora: que el país se divide en mitades exactas, fifty-fifty, entre gobierno y su alternativa, los demás, no existimos.
El mundo político es una jungla infectada de depredadores y parásitos oportunistas; pero hay que pasar por ella para alcanzar la meta: la libertad y por añadidura devolver la decencia a la política.
LA CUESTIÓN MILITAR
En esta como en tantas otras obras literarias tan importante como lo que se dice es lo que no se dice, los vacíos que tiene que rellenar el lector basándose en su propio conocimiento, en la experiencia y en afirmaciones que se hacen desde afuera, lo que se llama el discurso contextual.
Quizás el peor crimen del chavismo fue crear un partido militar o, para decir lo mismo con otras palabras, haber organizado una logia de militares activos como si fuera un partido político. Estos fueron los que a la postre tomaron el control del Estado y dentro de él de las FFAA, con la consecuencia inevitable de destruir su imparcialidad.
Los comunistas no creen en la imparcialidad de las instituciones. Para ellos todo es político y la política la define el Partido. La variante castrista agrega el ingrediente militarista, con lo que la ecuación queda así: “Todo es política. La política es guerra. Luego, todo es guerra.”
Sin instituciones imparciales no puede existir un Estado democrático con igualdad y libertades ciudadanas. Esto es palmario en el caso del Poder Electoral, como en el Poder Judicial, porque sin jueces independientes e imparciales no hay garantía legal alguna para los ciudadanos.
Ni hablar entonces de las FFAA, que son las garantes de la Constitución. Si se vuelven partisanas subordinan a todos los demás poderes públicos y las garantías ciudadanas quedan sin respaldo institucional, entonces, la libertad civil desaparece.
Así, el aspecto más importante para salir de una situación que luce trancada por el secuestro de todas las instituciones y la eliminación de garantías legales, consecuencia de la ocupación comunista cubana, es el papel de los militares.
La solución es militar, se dice; pero no puede ignorarse que toda esta trampa ha sido montada y es administrada por militares, por lo que la propuesta es una paradoja: los militares nos metieron en este embrollo; pero no hay salida sin los militares.
Para salir de la trampa el movimiento debe nacer en la sociedad civil y ser de tal contundencia que obligue a los militares institucionales (no comprometidos a muerte con los comunistas cubanos, con los terroristas de las FARC, con el narcoestado, con crímenes de lesa humanidad) a cumplir con su deber de policía constitucional.
La respuesta no es fácil: ¿Quiénes son esos militares? ¿Dónde están? Pero, ¿existen realmente? Se trata de una apuesta aventurada. El militar institucional no lo es de antemano sino que aparece, nace de la coyuntura, es producto de las circunstancias.
Históricamente ha ocurrido siempre así, en todas las épocas han aparecido los hombres que calzan con las necesidades apremiantes de la sociedad como el zapato en su horma, no por casualidad, sino porque se modelan sobre ellas.
Pero la apuesta sigue siendo aventurada, la tarea es ardua, peligrosa y luce casi imposible de lograr. ¿Por qué JCSA asume una tarea de tal magnitud (decir la verdad) cuando está científicamente demostrado que la mayoría de las personas prefiere creer una mentira reconfortante que encarar una verdad dolorosa?
Quizás sea porque sabe que la verdad está ahí y rompe inmutable cualquier marejada de mentiras. Ella no necesita justificación, al revelarla se impone y una vez expuesta a la conciencia la expande de tal modo que ésta nunca puede volver a la estrechez original.
Quizás sea solamente un hombre de fe, que ha hecho y sigue haciendo su esfuerzo, en la medida de sus posibilidades y les plantea un reto a sus conciudadanos para que traten de hacer el suyo, sin ingenuas esperanzas, pero en la seguridad de hacer lo que es correcto.
Lo más previsible es que la primera respuesta sea el silencio, ignorar el mensaje no como el que no sabe, sino como el que no quiere saber.
Luego vendrá el halago, el intento de compra, la oferta que no se puede rechazar, según las prácticas ancestrales de la mafia.
Si esto falla, entonces será el chantaje, la calumnia, la amenaza, hasta llegar a la arena en que se sienten más cómodos, el de la violencia y el terror.
¿Cuántos lo han sufrido? ¿Quién puede resistir y sobrevivir? Es el método de Castro que muy improbablemente haya tomado de Putin, porque la malignidad de la mafia es universal.
El gangsterismo es la fase superior del comunismo.