18/3/14
Es obvio que estoy usando para titular “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare, por la sencilla razón de haber sido lo que me asaltó automáticamente con lo sucedido en la Plaza de Francia la noche del 17 de marzo.
Es paradójico, pero no tanto, que se vaya hasta el maestro inglés para escudriñar en un proceso de psicología social del siglo XXI. De aquellos tiempos en que uno decidía leer completo a Shakespeare a estos en que uno recuerda la emblemática plaza se llama “Francia” parece haber pasado una eternidad. Al fin y al cabo Shakespeare no debe su grandeza a un azar y uno no tiene la memoria para recordar con exactitud la trama de la obra que citamos; menos las ganas.
Una toma militar desproporcionada en la madrugada y en la noche una aparición de señoras rezando, una convivencia nocturna que es calificada de entendimiento cívico-militar y un estallido de celebraciones por la reconquista del lugar, un festejo que se anuncia como actos de protesta que abarcarán desde lo cultural hasta el ejercicio democrático a ella y una proclama de un pueblo que sin miedo vuelve a la civilidad frente al militarismo. Así bien podría enunciarse lo acontecido desde la óptica de un espectador de los mercados de Londres donde Shakespeare complacía a los buhoneros de la época y a sus fieles compradores, mientras nadie oteaba que ese autor ejercía una penetración fuera de límites que le merecería la inmortalidad.
Bien podría leerse la obra desde otro ángulo: En el fondo la gente acude a celebrar el cese de la violencia que perturbó su sueño, lo martirizó con incendios y barricadas, con ataques a sus viviendas, con la presencia de la muerte y del abuso. Podría leerse como un agradecimiento por el cese de la perturbación y sí, como un pacto cívico-militar, como uno que hace evaporar esa realidad perturbadora y permite de nuevo la protesta que nada cambia. Esta lectura no agradaría a los “guarimberos”, pues bien podría entenderse como la aceptación al regreso de un Tomassi de Lampedusa que demuestra que todo ha cambiado para que sobre el asunto de fondo se establezca lapidaria la sentencia de que nada ha cambiado.
La interpretación de los textos es siempre polémica. Hasta en los métodos. El presente llega hasta la psicología social, pero para los lectores –y menos para ese historiador del futuro al que creo facilito la tarea- quizás lo importante sean las consecuencias políticas inmediatas y mediatas de un espejismo en una noche de Altamira, dado que las consecuencias sobre la evolución inmediata pasarán por las retóricas preguntas de quién ganó y no sobre la manifestación de un pueblo que anhela la paz –anhelo perfectamente comprensible- y que la practica reagrupándose en ella asumiendo los viejos fracasos, mientras condena los métodos violentos que, hay que decirlo, tampoco indicaban absolutamente nada en la evolución de esta triste historia de la cándida Eréndida.
Es que esta historia de Eréndida partió de los errores, de unos que fueron olvidados en honor a la vieja sentencia de que una vez montado el potro no conviene desmontarlo o de la realización de invocaciones al azar o a esas perturbaciones que en la historia suelen llamarse imprevistos. La catalogación es inmediata: mezcla de apresurados con timoratos, de coraje sin par que lleva el nombre de nuestros muertos y de reticencia cobarde de los pronunciadores de frases de ocasión, de un pueblo que perdió el miedo con un liderazgo que oculta el suyo, de una vocación libertaria con otra de acomodo. Y yo recordando que la plaza se llama Francia y otros soltándome frases como “recuerda este es un saco de gatos” o eso de “recordar la plaza se llama Francia es de un intelectualismo fuera de tono”. Los senos de Marianne queden a buen resguardo.
El peregrinaje por el desierto hace ver espejismos. La sed insatisfecha, el aire refractando la luz, la interpretación de los observadores, el agua que está allá una simple ilusión. Los psicólogos sociales creo hablan de espejismos emocionales. La periodista Laura Weffer escribió un texto sobre la plaza que fue censurado, lo cual no entiendo porque en verdad era una penetración singular sobre la fauna humana, desde el que creía en la búsqueda de la libertad hasta el que solo buscaba compañía. Quizás la plaza no deba llamarse Francia. Debe ser recordada como Altamira, la de Gallegos.