22/8/12
Como la luz de estrellas hace tiempo muertas, PDVSA vive de glorias hace mucho conquistadas. El monstruo de mil cabezas y manos peludas en que se transformó, nada tiene que ver con lo que se imprimió en la mente de tantos; no pocas veces motivo de añoranzas y deseos imposibles. Además, es una falacia que se trata de una empresa pública. PDVSA es lo más privada del mundo, responde a una sola persona, quien hace con ella lo que le viene en gana, sin rendir cuentas a nadie.
En cambio, las entidades trasnacionales, esas que continuamente son acusadas de pertenecer a Drácula, a dragones y conspiradores, son compañías genuinamente públicas. Sus acciones se pueden comprar en los mercados bursátiles y cualquier persona del mundo puede hacerlo, incluyendo los fondos de ahorro y de pensiones más importantes del planeta. A diferencia de PDVSA, estas entidades tienen la obligación de rendir cuentas a sus accionistas y a las autoridades que supervisan los mercados. Su gerencia no es nombrada atendiendo a favores políticos y lealtades personalistas, sino a la más estricta competitividad profesional, medible a través de resultados concretos cada vez más ambiciosos. En lugar de endeudarse para atender al gasto corriente improductivo de gobernantes inescrupulosos, las trasnacionales se financian con el dinero de sus accionistas y de la colocación de bonos emitidos por proyectos de inversión productivos, que permiten pagar las deudas y además invertir en nuevas actividades que repotencian sus finanzas y competitividad, demandando bienes y servicios que motorizan las economías y generan fondos al Estado, impuestos que son respaldados con trabajo real que no crea inflación.
Tenemos el reto de iniciar el renacimiento más pujante del mundo. Abandonemos los mitos y abracemos la modernidad.