10/05/11
La cancha está lista. El público drena la ansiedad con gritos de triunfo prematuro. La euforia contagia a los espectadores. Llegó el momento crucial. El rojo se enfrenta al negro. El partido es definitivo. Quien pierda se queda con las ganas de alzar la copa.
Antes de salir, el capitán oye que los goles rojos valen dos y los suyos valen uno. ¿Por qué? Reclama la injusticia. Lo tildan de abstencionista, le dicen: cobarde, la pelea es peleando. Comienza a sudar la desesperación y protesta: Mis goles valen menos ¿Por qué debemos jugar así? Pero el hombre es orgulloso. Decide aceptar el reto. La destreza que demuestra el equipo negro es fenomenal. A los noventa minutos van ganando tres a uno, es decir, tres a dos. El árbitro no pita el final del juego. Ya son ciento diez minutos y nada. El público abuchea la prórroga. Los insultos inundan el ambiente: ¡Vendido! ¡Tramposo! El equipo rojo logra meter otro gol. Unos pocos, sin vergüenza, celebran en las gradas. Con dos goles a favor y tres en contra, se proclaman campeones, ya que, debido a las condiciones viciadas, el resultado en la pizarra dice: Rojo 4, Negro 3.
El silencio es casi de infarto. Todos esperan las declaraciones del director general del equipo negro. De apariencia afable, se presenta muy bien vestido, toma el micrófono y acepta la derrota alabando las bondades implícitas del deporte, resalta el ejemplo que, para las próximas generaciones, han de tener los valores y los principios del futbol... bla, bla, bla...
¿Más de doce años con el mismo cuento?
La verdad es que la democracia no se circunscribe al mero acto del sufragio. En la historia abundan los dictadores que se sirvieron de procesos electorales para esconderse y lucir ante el mundo como grandes demócratas.
@numafrias
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