El desafío que plantea el socialismo no es el de la mentira sistemática sino el de la imposición de un mundo ficticio. Postulan que la realidad es una construcción social y de allí pasan a la convicción de que ésta puede ser lo que a ellos les dé la gana. De convertir las decisiones políticas en hechos, pasan a convertir los hechos en decisiones políticas.

Así, nadie es héroe o villano per se sino que una autoridad política omnipotente puede decidir transformar a unos en otros, según su conveniencia del momento. La singular circunstancia de ver trastocadas sus percepciones habituales produce en las personas normales la impresión de encontrarse en un “mundo al revés” en el que, por ejemplo, las personas honradas resultan criminalizadas, mientras los delincuentes son exculpados.

Según la nueva criminología, los bandidos habituales en realidad son víctimas de una sociedad injusta y requieren de ella un tratamiento paternal; mientras la “gente decente” serían hipócritas que disfrazan delitos tras un manto de legalizada respetabilidad.

Teodoro Petkoff lo resume en una frase diciendo que no sabe quién es más ladrón, “si el que asalta un banco o quien lo funda”. El problema es que sus seguidores han tomado la expresión al pie de la letra y además de llamar “expropiación” a los asaltos de bancos, consideran como un acto de ejemplar justicia eliminar a los banqueros.
De manera que nadie debería sorprenderse con las estrafalarias sentencias de tribunales que, por ejemplo, condenan a los comisarios y policías metropolitanos a la pena máxima de 30 años de cárcel como “cómplices necesarios” de delitos cuyos autores materiales son absueltos; al margen de que cabría preguntarse: si el cómplice recibe la pena máxima ¿qué pena le hubiera correspondido al autor material directo?

Eduardo Galeano, otro adalid intelectual de la izquierda, en un artículo en que bautiza a Venezuela como “Nadalandia”, dice que la manifestación del 11 de abril de 2002, en que ocurrieron los hechos que se les imputan a los comisarios y policías, nunca ocurrió. Por tanto, emplaza al Rey de España por otorgarle un premio al periodista que filmó a los pistoleros de Puente Llaguno disparando contra la multitud: “La filmación era una estafa (…). La manifestación no existía, según se ha demostrado con pruebas irrefutables, pero se ve que este detalle no tenía importancia, porque el premio no fue retirado”, dice.
¿Cómo es posible que Galeano haga afirmaciones de este calibre y nadie, ni aquí ni en Uruguay, lo emplace como él lo hace con el Rey de España? Tratándose del autor del libro que le regalaron a Obama en la cumbre de Trinidad, cabe preguntar: ¿será que siempre hizo afirmaciones así, con tanta irresponsabilidad y nadie se quiere dar cuenta?
Lo cierto es que no se trata de una simple mentira, es la postulación de otra realidad, una que debe ser aceptada sin objeción y sin poder contrastarla con ninguna evidencia o recuerdo que sugiera lo contrario, esta es la esencia del totalitarismo: La construcción de un mundo feliz basado en organización y propaganda, en el que la política invade toda la actividad humana y el espontaneísmo se convierte en el más peligroso enemigo.

DOS ESPAÑAS. No existe ninguna posibilidad (ninguna) de que los socialistas no vean la realidad partida en mitades: ellos y los otros. A eso lo llaman pensamiento “dialéctico” y constituye la base de su visión del mundo, de su interpretación de la política.

De nada valieron tres años de guerra civil y un millón de muertos para que aún hoy en día, después de 70 años, el mito de las dos Españas siga campeando por sus fueros, como si nada hubiera pasado. No les cabe en la cabeza que entre ellos y a quien tengan por enemigo, millones de seres humanos no tienen nada que ver con unos ni con otros.

El Partido Socialista Obrero Español bajo la dirección del brillante Rodríguez Zapatero, llama “franquistas” a los del Partido Popular y los acusa de crímenes de guerra, pese a que ese partido no existía en la época de Franco y con tanto menos razón pudo participar en la guerra civil. Sin embargo, es capaz de exculpar a comunistas y anarquistas de haber realizado jamás acciones violentas, es decir, que ninguno echó un tiro, tiró una bomba o ha predicado la violencia revolucionaria.

También nos revelan la judicialización de la persecución política, con lo que sin querer muestran que la criminalización de la oposición es un lineamiento político del socialismo internacional, una táctica que han usado y abusado al punto de que ya es imposible no darse cuenta.

La vicepresidente del gobierno de Zapatero fue a Costa Rica a besar a Oscar Arias, desafiando la gripe porcina y el juez Baltasar Garzón a realizar experticias en Honduras, como si quisiera poner de relieve su participación en otras conspiraciones internacionales de memorables resultados.

Hizo recordar que hace años una organización socialista introdujo un audaz requerimiento ante el juez Garzón oportunamente informados de que el general Pinochet se encontraba de visita en Londres y aquél, como una lanzadera, emitió una orden de captura sin precedentes, que sus aliados laboristas ejecutaron en tiempo record, sacando esposado al general, prácticamente, de la casa de Margaret Thatcher, donde estaría disfrutando de un té con galletitas.

Luego irrumpió Insulza en escena, con su caradurismo proverbial, representando el papel de defensor de la dignidad patria, que exigía que si el general debía ser enjuiciado que lo fuera en su tierra, por lo que se armó una estrambótica extradición, no a España, como pedía Garzón, sino a Chile, como nadie había pedido, sino forzados por estas extrañísimas circunstancias, evidentemente creadas por una conspiración que, si no fuera por los actuales acontecimientos de Honduras, nadie hubiera creído verosímiles.

España informa que Baltasar Garzón es aficionado a la caza y arregla los juicios en cenas y convites con las partes y los fiscales; eso sí, siempre que la cuestión interese a los socialistas, sean los enjuiciados de derecha o extrema izquierda. Nadie debe abrigar la menor esperanza de que enjuicie a Fidel Castro, por ejemplo, como algunos ingenuos pretendieron. En ese caso se escurrió con una supuesta inmunidad de los jefes de estado en ejercicio, limitante que el tribunal penal internacional no parece haber considerado para enjuiciar al dictador de Sudán, Al Bashir.

El público observa, como en las obras de teatro, no sin extrañeza, a todo el elenco en el escenario haciendo una reverencia, los buenos junto con los malos, los que creía muertos con los matadores, en una desconcertante hermandad: Oscar Arias, José Miguel Insulza, Baltasar Garzón, todos socialistas y haciéndose los suecos.

REVOLUCIÓN DEL CRIMEN. La nueva criminología revolucionaria postula el carácter social del delito, según el cual la culpabilidad recae sobre la colectividad, que es injusta en sí misma y no sobre el delincuente, que se transforma en víctima de la sociedad.

La causa del delito estaría en la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades, de educación y cualquier otra cosa que no sea la responsabilidad individual por las propias decisiones personales.
La solución sería el socialismo, porque éste elimina la desigualdad y la injusta distribución de la riqueza, lo que hace superfluo el robo, por ejemplo, y otras formas de violencia criminal, que tantos utilizan para sobrevivir en una sociedad inhóspita, no solidaria.

Lo curioso de este punto de vista es lo contraproducente que resulta para una concepción clasista que concentra toda la maldad, la rapacidad, el afán de lucro, la mezquindad y el egoísmo en la burguesía, mientras que el proletariado sería un dechado de virtud, trabajo laborioso, desprendimiento y humildad.

Pero además es espantosamente injusto con los de abajo, porque sólo ellos estarían expuestos al efecto deletéreo de la pobreza y sólo ellos podrían ser delincuentes. Nada explicaría que pudieran estos existir entre “los ricos”.
Pero lo más grave se dice en un acertijo: de 9 hijos que tuvo la señora Tadormina, sólo uno le salió bandido: ¿Cómo explicar que todos los demás estudiaron, trabajaron, se superaron y son hoy personas honestas y respetables?

El punto final de esta concepción se encuentra en la creencia de que basta ponerle a un delincuente un uniforme para que se convierta en policía y actúe como tal; o bien que despenalizándolos, dándoles un trabajo o abriendo una cancha en el barrio, se está resolviendo el problema.
La experiencia demuestra que la mayoría de los crímenes y los más atroces son perpetrados por estos policías; vaciar las cárceles encierra a las personas honradas tras las rejas de sus casas y sus negocios; las canchas son el mercado para el comercio y consumo de drogas; la reforma del procedimiento penal se traduce en mayor seguridad para los delincuentes, que no tienen nada que temer; el desarme de la población y de la vigilancia privada les facilita el negocio y lo hace menos riesgoso.

La doctrina de la culpabilidad social no solo es falsa científicamente y moralmente insostenible, sino que contradice toda evidencia: si ese fuera el caso, Calcuta sería la ciudad más peligrosa del mundo, no Caracas; Bangladesh el país más violento, no Venezuela; no existiría criminalidad de cuello blanco o, mejor, de verde oliva y boina roja.

CRIMINALIZACIÓN.
Hay que ser un perfecto idiota latinoamericano y no haber pasado nunca por una escuela de derecho para argumentar que aquí nadie es juzgado por manifestar, sino por obstruir al libre tránsito de los demás ciudadanos. Y es que no hay manera de que estos mismos ciudadanos ejerzan ese derecho al libre tránsito sin obstruir el de los demás, que para eso precisamente existen las normas.

Una vez que alguien echa su carro a la calle y se encuentra con otros que hacen lo mismo se están obstruyendo mutuamente, sin estar manifestando, para eso es que existen las leyes de tránsito. En sentido general, lo que justifica la existencia de leyes es que el ejercicio de la libertad de cada uno se haga compatible con la libertad de los demás. Eso se llama “convivencia” y si se agrega “pacífica” se entra al estado civil.

La primera consecuencia de la criminalización de la disidencia es que destruye la vieja idea del delito como hecho dañoso, de manera que ahora tenemos delitos inocuos y delincuentes que no representan ninguna amenaza para la sociedad, al contrario, son los jueces los que se autodefinen como “peligrosos”.

Intimidación pública sin intimidados, incitación a la guerra sin incitados ni guerra, rebelión civil de una sola persona inerme, supuestas intenciones que no han sido manifestadas por los acusados sino por funcionarios acusadores, configuran el mapa de nuevos delitos.

Ancianos, trabajadores, periodistas, estudiantes, policías y militares honestos configuran la fisonomía de la nueva criminalidad, de seres muy queridos, nada despreciables.

Sin embargo, bajo el mundo ficticio del totalitarismo, la realidad se mueve.

Luis Marín
22-09-09

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