Luis Marín / CONTROL ELECTORAL



10/11/13

El control electoral produce en el sistema político efectos semejantes a los del control de cambios en el sistema financiero, el control de precios en el sistema económico y en general, todo esquema de control sobre el sistema al que trate de someter.

Los actores políticos se comportan, mutatis mutandi, como los agentes financieros y los factores económicos frente a sus respectivos controles, adaptando sus conductas a las nuevas restricciones de manera de eludir, evadir y si es posible hasta sacar algún provecho indebido, eventualmente imprevisto por el ente controlador.

Esto hace que se implementen nuevas medidas y contramedidas, se intenten ajustes, reformas, otras reglas cada vez más enrevesadas y complejas cuando no contradictorias entre sí, que terminan convirtiendo todo el sistema en una maraña incomprensible.

Una peculiaridad del control electoral es el acuerdo tácito que existe entre el régimen y su oposición oficial para no hacer mención de él en ninguna circunstancia. En el caso del control de cambio existen normas explicitas que prohíben, por ejemplo, hablar del dólar de libre cambio, lo que no impide que a veces se filtre entre los comentaristas que lo aluden como “innombrable”, dólar paralelo o dólar negro; pero en el control electoral no existen tales deslices.

Es notable como los comentaristas de la oposición oficial eluden escrupulosamente hacer cualquier mención, ni siquiera la más leve insinuación, de que exista algún control sobre un proceso que, de principio a fin y a todas luces, desde su convocatoria hasta el dictado de los resultados, está milimétricamente controlado por el régimen.

Esto nos lleva a la pregunta de cuál pueda ser la verdadera función de un sistema electoral bajo estas condiciones. Es evidente que una carrera de caballos en que el administrador define no solo quién va a ganar sino quien quedara de segundo, tercero, etcétera, podrá ser un modelo perfecto de control, pero ya no es una carrera de caballos.

Un sistema electoral así tampoco es con propiedad un sistema electoral, sino un mecanismo convalidatorio de distribuciones de cargos públicos que se asignan en otros escenarios, generalmente ocultos a la vista del público.

Ni al régimen ni a la oposición oficial le importa que el sistema sea un engaño, porque están convencidos de que todo sistema es engañoso. Por ejemplo, en una elección de alcaldes y concejos municipales, el régimen quiere mantener como proporción aceptable dos a uno; pero la alternativa democrática quiere fifty-fifty. Importa el pulso, no el método, si negociado o competitivo. Éste o aquel no es mejor ni peor que cualquier otro, lo que importa es el reparto. Si se consiguen los cargos, qué más da.

Un pequeño problema es que a la gente común no le gusta ser engañada y por alguna extraña razón, que debe estar escrita en algún recodo de la naturaleza humana, se molesta muchísimo cuando descubre que fue engañada y utilizada.

Otro problema es que las distribuciones que se hacen alrededor de una mesa de póker no reflejan la distribución de las fuerzas políticas reales en el terreno y vienen las sorpresas cuando la realidad termina pasando su factura.

Finalmente, apostar sobre la base de que la gente es estúpida, es la suprema estupidez.

EL NEGOCIO ELECTORAL

El arcano que la gente común tendría que descifrar es qué razón puede tener cada cual para participar en simulacros electorales tan palmarios. El discurso no da ninguna pista porque es evidente que ningún candidato o comentarista político revela abiertamente sus motivos; todo lo contrario, su problema es cómo convertir sus ambiciones personales en algo que sea atractivo para el elector, esto es, en “lo que le interesa a la gente”.

Por ejemplo, llaman a votar para la Asamblea Nacional porque eso le dará un giro copernicano a la política venezolana, controlaran al poder ejecutivo, nombraran un Consejo Nacional Electoral equilibrado, otro Tribunal Supremo de Justicia, dictaran leyes para la salud, alimentación, el morral escolar, etcétera.

Nada de esto ocurre sino todo lo contrario: el gobierno sigue haciendo lo que le da la gana, el CNE caduco, el TSJ peor que el anterior a los magistrados fugados del país, las leyes siguen saliendo tan rocambolescas y absurdas que ni siquiera merecen llamarse “leyes”, las sesiones tampoco pueden llamarse sesiones y en cuanto al parlamento, ni siquiera les conceden el derecho de palabra; pero eso sí, en la próxima elección de presidente de la república, la mitad de los parlamentarios son precandidatos.

Asimismo para cualquier otra elección. Los políticos siguen la consigna leninista del revolucionario profesional y a tiempo completo. Sirven absolutamente para todo, desde diputados a gobernadores de cualquier estado, alcaldes de cualquier ciudad, igual miembros del parlatino que concejales. La cuestión es permanecer en la palestra.

En el otro extremo están las imprentas, la prensa escrita, la radio y lo que queda de televisión, los hacedores de jingles, los creativos y toda suerte de payasos y volatineros, los financistas, los contribuyentes internacionales, las fundaciones, observadores y veedores, que sin procesos electorales no podrían vivir, porque mientras haya elecciones fluirán los recursos, en caso contrario, se seca la fuente.

Un buen ejercicio sería preguntarles a los famosos comentaristas y hacedores de opinión el porqué están ellos en el negocio electoral. Lo más seguro es que respondan: “es que no hay otro”. Que ellos no pueden  ni quieren promover una insurrección ni nada que signifique violencia. Buen punto. Hasta allí el mundo perfecto.

Si continúan diciendo que el voto es nuestra única arma y que mediante ese mecanismo vamos a salir de esto, comienzan a desbarrar. Es evidente que la cosa no ha sido así. Las mentiras de la oposición oficial para arrear electores a la molienda electoral han dejado de ser insultantes para volverse patéticas. Su objetivo es idéntico al del régimen: buscan legitimación formal, a costa de quedar integrados en el dispositivo totalitario.

Las preguntas que se imponen de seguida son más controversiales. Si no es por el voto, entonces: ¿Qué hacemos? ¿Cuál es el otro camino?

LA OPCIÓN MILITAR

Quizás el hecho más paradójico y desconcertante de la situación venezolana actual es que mucha gente pregunte públicamente: ¿Dónde están los militares? Y otros hasta los convocan audazmente para que restablezcan el orden constitucional. Claman por una intervención militar, pero ¿qué más van a intervenir los militares?

Como si no fuéramos capaces de mirar alrededor y ver que todos los cargos relevantes están ocupados por militares. Si se hiciera la lista de poderes públicos, institutos autónomos, empresas del estado, bancos, fondos, fundaciones, dirigidos por militares, habría que incluirlos a todos, sin olvidar gobernaciones.

Si usted comienza a nombrar militares que están en funciones de dirección política, dando discursos y declaraciones francamente deliberantes, en completa discordancia con su condición de militares, activos o en condición de disponibilidad y retiro, no terminaría nunca, porque los muchos que desertan del país son rápidamente sustituidos por otros todavía más escandalosos.

Todo esto sin contar los que realizan actividades subterráneas, encubiertas, de inteligencia, contrainteligencia, guerra sucia, desinformación, narcotráfico y todos los tráficos, contactos con el foro de Sao Paulo, guerrillas, mafias rusa, china, árabe, terrorismo internacional y crimen organizado transnacional.

De manera que en este particular los militares se comportan como esos deudores maulas que cuando les van a reclamar los créditos vencidos contestan que el problema es que no les han prestado lo suficiente, que si les dieran más dinero ellos podrían invertir, producir y eventualmente pagar lo que deben; pero si no les prestan, todo estará perdido.

El dilema es si tirar a pérdida lo que ya se prestó o arriesgar todavía más, sin ninguna esperanza de que haya rectificación, recuperación y eventual retorno.

Los militares, con todo el poder, tienen al país vuelto un flequero; pero cuando se les reclama su cuota de responsabilidad, responden que necesitan más poder. Pero así como no se puede confiar en aquel deudor maula, porque el que falló una vez, volverá a fallar; así tampoco se puede creer en estos militares, como bien decía Churchill: “La política es algo tan serio que no se le puede confiar a los militares”. Y se estaba refiriendo a los militares anglosajones, no a los del mar Caribe.

En conclusión: la sociedad civil venezolana tiene su cita con la historia y no puede faltar por ningún motivo. Aquí no vale excusa, subterfugio, ni justificación, por sofisticados y seudo intelectuales que sean.

Los militares no pueden gobernar al país entre otras cosas porque esa no es su función, no están preparados para eso y han demostrado  históricamente que no lo hacen bien; la orientación política, económica y cultural de una sociedad tiene que estar en cabezas civiles, que es lo que se llama “civilización”; lo otro es “barbarie”.

Pero para eso la sociedad civil tiene que emanciparse, ponerse los pantalones largos, desprenderse de paternalismos y tutelas, sostenerse y caminar sobre sus propios pies.

Esto implica derribar estatuas de hombres a caballo a favor de próceres civiles; terminar con mitos de guerras y efemérides de batallas a favor de las creaciones del intelecto; abolir la exaltación súbita de la revolución a favor de la producción lenta y pausada que sólo se fragua en paz. Cambiar a Simón Bolívar por José María Vargas.

Decirlo no es fácil; pero lo realmente difícil es hacerlo, íntimamente, en el corazón.

                                                                                                                                             @lumarinre




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