Luis Marín / DOGMAS DE LA OPOSICIÓN



5/5/13





La oposición que goza de reconocimiento oficial en Venezuela ha consolidado un discurso fundamentado en algunos pilares inconmovibles, impermeables a toda crítica y contra toda prueba, al punto que pueden considerarse dogmáticos, esto es, artículos de fe, proposiciones sobre las que no cabe duda y cuya mera cuestión conlleva al anatema y automática exclusión.

PAIS PARA DOS

El primero es que aquí hay dos países o un país dividido por la mitad, representados por gobierno y oposición oficial; no hay ninguna posibilidad (ninguna) de que admitan que existe alguien más.

Podría pensarse que esto se hace por la conveniencia política de la polarización que simplifica el panorama y arrea apoyos políticos forzados, más por contraponerse al otro lado que por coincidir con las posturas o el mensaje de éste lado; pero va más allá.

Es evidente que la lección de la polarización AD-COPEI no se aprendió, por lo que habrá que repetirla. Se creía que Venezuela jamás saldría de aquella trampa, hasta que insurgió un tercero en disputa y aquellos dos se disolvieron como por encanto, como si hubieran sido fantasmas  inventados por la propaganda.

Pero AD-COPEI nunca negaron la existencia del Partido Comunista de Venezuela (PCV) o del chiripero de la izquierda, que tenía su fortaleza en las Universidades, en los medios de comunicación, básicamente en los famosos aparatos culturales que son, según los marxistas, los administradores de la hegemonía.

La situación ahora es muy diferente; existe un esfuerzo real y sistemático por hacer desaparecer todo lo que no sea gobierno u oposición oficial, lo que se traduce en hacer invisibles a seres humanos reales.

La eliminación del espacio de expresión pública, el no reconocimiento del otro, es el paso previo a la eliminación física, al exterminio, por lo que esta actitud es diferente a todo lo antes vivido por esta sociedad, es “liquidacionismo”. Un imperativo producto del esfuerzo por construir realmente una sociedad homogénea, igualitaria, uniforme: tienen que eliminar todo lo que sea diferente.

En esto coinciden gobierno y oposición oficial, además de ser socialistas y bolivarianos.

PERO NO HAY FRAUDE

Una de las bases más inexpugnables de la ideología opositora-oficial es la proscripción de la palabra “fraude”, en especial porque implica un obstáculo en el camino electoral, el único que juzgan transitable e incluso posible.

Su corolario más exasperante es que no había pruebas de fraude o que el fraude nunca ha sido demostrado, esto sin desmedro de que la mayoría se declararía conforme con el principio según el cual “lo que es evidente no requiere demostración”.

Todavía hoy, que la palabra anatemizada ha adquirido carta de ciudadanía gracias a su incorporación al lenguaje oficial-opositor, siguen insistiendo en que hay ventajismo, abuso de poder, presiones indebidas, pero fraude, lo que se llama “fraude”, no hay.

Como si fraude no fuera toda maniobra engañosa, en perjuicio de quien lo sufre y provecho de otro, con lo que basta la conjunción de la falsedad, el daño y el beneficio indebido para configurarlo.

¿Qué más necesitan los creadores de opinión de la oposición oficial para admitir el fraude electoral? ¿Cuáles son las pruebas que los dejarían satisfechos?

Muy a pesar de quienes inventaron epítetos para descalificar las denuncias que ya datan del 2004 y de quienes barrieron el piso con los denunciantes, la verdad termina imponiéndose, aunque sería demasiado pedir que lo reconocieran y admitieran su error.

Sabemos que dirán que eran imperativos de las circunstancias políticas que ayer negaran el fraude, como ahora les parece conveniente denunciarlo.

PERO HAY QUE VOTAR

No importa que todo el análisis conduzca a lo contrario, la conclusión del opositor oficial es siempre la misma: “hay que votar”.

Al punto de que el voto ha perdido su función mero instrumental de medio para resolver ciertas controversias políticas, para convertirse en un fin en sí mismo, en el valor distintivo de la democracia. Esto a despecho de que el voto sirva igual a regímenes personalistas y aristocráticos casi con la misma funcionalidad.

Uno de los aspectos más desconcertantes de este sello de calidad democrática es que los del otro lado, continuistas, militaristas, autoritarios, también votan. Es más, son los que organizan, financian y controlan las elecciones, lo que vuelve contraproducente al argumento.

Pareciera que en el fondo se trata de salvar un valor, que la gente no pierde la confianza en el voto, porque entonces se tendería a buscar otras formas de resolver la controversia por el poder. Lo cual es muy humano, porque, si no funciona ¿por qué insistir en ello?

Pero ahora creer en el voto se ha vuelto equivalente a creer en Dios, ticket de entrada y salida del Paraíso democrático y quien no crea será condenado a la Nada, a no existir.

PERO ESTO NO ES UNA DICTADURA

El mismísimo Lenin definía la dictadura como un poder que no está sometido a ley alguna; Carl Schmitt, ideólogo del nacionalsocialismo, tan amado y citado por los magistrados del TSJ, se fija en la reunión del mando militar y la función legisladora en el mismo sujeto; para Raymond Aron una dictadura sería aquel gobierno que no puede ser sustituido pacíficamente, “sin derramamiento de sangre”, para usar la frase poética de Mao Tsé Tung.

Para la oposición oficial, si usted encuentra alguna coincidencia entre estas definiciones y el régimen imperante en Venezuela no está interpretando bien las palabras, los hechos o las conexiones entre ambos. Como en el caso de las pruebas, no se sabe qué necesitan para consentir en que esto sea una dictadura.

Aquí los argumentos van desde los cómicos de que si esto fuera una dictadura nosotros no estaríamos hablando aquí en la radio, la televisión o en un cafetín, lo que sea el caso, sin advertir que eso no corresponde con ninguna definición de dictadura y es una petición de principio que da por supuesto lo que quiere demostrar; hasta los trágicos, de que en una dictadura matan a la gente a tiros en la calle, con lo cual ya no se sabe en qué mundo vive el comentarista.

Esta es una dictablanda, un totalitarismo light, un régimen autoritario, una democracia imperfecta, a la que le ha bajado la calidad; pero dictadura, no, eso nunca. Y menos totalitaria.

Éstos, que dicen que los demás no saben nada de política, no identifican el problema y por eso no lo pueden resolver; pero nadie puede equivocarse tanto por casualidad.

No está lejos el día en el que en Venezuela se llamen las cosas por su nombre: al fraude, fraude; a la tiranía, tiranía.

PERO ESTO NO ES SOCIALISMO

No importa que este régimen se autocalifique como “socialismo del siglo XXI” y haya popularizado e internacionalizado esa franquicia, si bien no la habrá inventado; para la oposición-oficial, esto no es socialismo. El socialismo “es otra cosa”, que es la particular percepción que cada quien tenga de la palabra socialismo, generalmente cargada de elementos halagüeños, cuando no francamente románticos.

No importa que este régimen sea patrocinado y administrado por los hermanos Castro, los únicos sobrevivientes de la órbita soviética, dueños portadores del sello de garantía revolucionaria; no, los Castro también están equivocados: esto no es socialismo (lo que hay en Cuba tampoco).

Los ejemplos de socialismo varían a gusto del opositor de que se trate, desde Suecia, Reino Unido, España hasta Chile o ¡Canadá! No importa que los primeros sean monarquías constitucionales o que la circunstancia de estar gobernados por partidos socialistas sea cambiante y entren y salgan del poder, éstos serian “socialistas”.

La deshonestidad se nota en que nunca ponen como ejemplo de socialismo a la URSS, Camboya, Corea del Norte o Cuba, que están más cerca de lo que pasa aquí, pero por cierto, no son ejemplos muy mercadeables.

Así como cuando definen al régimen de capitalismo de estado y sus políticas como neoliberales buscan el doble propósito de aparentar una condena que en realidad es contra el capitalismo, salvando la franquicia con que negociarán en el futuro.

PERO ¡ESTO ES FASCISMO!

En este ambiente es muy fácil y nada arriesgado acusar a alguien, incluso al gobierno, de fascista; pero nunca se le acusa de comunista, lo que sería más apropiado aunque también más problemático.

Otra vez, se aparenta una crítica cuando en realidad se suscribe y promueve el lenguaje oficial de acuerdo con el cual todo lo malo es fascismo; pero el socialismo-comunismo representa todo lo bueno.

Lo más exasperante de este dogma es la manera como identifica lo “malo” con “fascismo”, de manera que ve y sustituye una cosa por otra; mientras que cuando niega el carácter socialista de este régimen dice: esto no puede ser socialismo porque en el socialismo los trabajadores serían felices, habría igualdad, abundancia, es decir, todo lo bueno que ellos le atribuyen al socialismo “verdadero”.

Dejando de lado el hecho histórico de que Mussolini fuera dirigente del Partido Socialista Italiano y director de su periódico Avanti! antes de fundar el Partido Fascista y su órgano Popolo d’Italia; lo cierto es que no se considera al socialismo-comunismo como acusación que se pueda endilgar a nadie, sino como una credencial de mérito.

Acusar a alguien de “comunista” tiene la incómoda resonancia de parecer de derecha, macartista y otros anatemas culturales que son propios de la izquierda exquisita, progre, que odia, por sobre todas las cosas, parecer reaccionaria.

Mientras, qué cómodo, confortable y políticamente correcto es ser “antifascista”. Aunque sea un hecho palmario que violencia fascista sólo sería aquella perpetrada por el partido fascista; mientras que la perpetrada por el partido comunista es y no puede ser sino “violencia comunista”.

El único aporte que ha hecho el castrismo a la teoría y práctica de la revolución es su invencible confianza en las virtudes persuasivas de la intimidación, lo que en su versión guevarista se llama “foquismo”. Llevar la guerra al club, a la casa, a la familia, a la persona misma del enemigo; que no se sienta tranquilo en ninguna parte, porque ningún lugar es sagrado, ni existe refugio.

No está lejos el día en que los venezolanos vean la cara fea del Ché Guevara, de los hermanos Castro, de lo que implica su doctrina de “la lucha armada”.

Y eso no es fascismo, es comunismo puro y duro.




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