Manuel De la Cruz / Nacionalismo del Tercer Milenio



20/03/12

Frente al océano de tendencias cada vez más profundo y ambiguo se nos presenta la necesidad casi antropológica de adoptar un estandarte de combate, tomando desde luego, las previsiones para evitar caer en un fiasco doctrinal.

En este ir y venir de discursos ornamentados con la pompa y el frenesí pero carentes de sentido práctico, hayamos la necesidad de analizar de manera detallada cada una de las opciones presentadas por los comerciantes de ideas llamados políticos, ha de ser nuestro pan de cada día revisar, desnudar, indagar y saborear cada una de las opciones ideológicas hasta dar con la luz perenne entre el mar de sombras.

Cada quien tendrá su enfoque, pero por mi naturaleza y modo de pensar, me concentraré en la importancia de la búsqueda de la verdad, una de las pocas cosas que podemos apreciar del pensamiento socrático, en caso de haber existido Sócrates y de no ser una simple proyección metafórica y literaria creada por Platón.

En cuanto a la verdad ¿qué es la verdad? Simplemente lo que no es falso, pero, ¿cómo saber que algo es falso? Confiando en nuestros sentidos e intuición. Al plasmar estas palabras, temo que puedo ser malinterpretado como el atrevido y socarrón que intentó resumir en un par de frases la historia del conocimiento humano. Mi atrevimiento esta basado en torno a una herética premisa cuya sola mención haría dudar a cualquiera del grado intelectual de su emisor, al ser una bofetada verbal al actual paradigma de pensamiento:

“Existen verdades absolutas”.

El primer paso para dar con las verdades es asumir el reto de no dejarse influir por el espíritu maligno del relativismo. Una verdad jamás será falsa, una verdad es inmutable. No existen múltiples verdades, sino premisas falsas y enfoques erróneos que tratan de proyectar una verdad según el ponente desee. Es así como la esencia de un concepto no se modifica por más que los demiurgos intenten modificar su forma con máscaras y demás adornos. Aún así, esa premisa no me satisface, pues daría pie a que se creyeran que existen “múltiples verdades”, pudiendo ser unas más verdaderas que otras. De nuevo el fantasma del relativismo amenaza de nuevo, su meta es distraernos en nuestra prodigiosa búsqueda. Modifiquemos entonces la premisa:

“La Verdad es Absoluta”.

Más que un aforismo, es una sentencia. La Verdad es absoluta, y debido a que es única, deberá ser escrita con una “V” de victoria en mayúscula. La Verdad es entonces la más férrea y asidua de las espadas. Es la luz que como astro perenne derrota las sombras de la ignominia, umbras usadas por los amantes de la infamia para proyectar utopías degeneradas que culminan con la implantación de la esclavitud ante los falsos ídolos.

Para alcanzar la Verdad debemos derrotar en todo frente de batalla al relativismo, cuya sofista meta es la de objetar todo vestigio de Verdad, para remplazarla por el culto hacia el falso ídolo. Exigir la muerte al relativismo no es suficiente, es necesario el cese de su existencia por completo, pues capaz posterior a su muerte, se especule sobre si es o no un cadáver según el enfoque que cada relativista quiera darle, como buenos profetas de la dialéctica que son.

Terminado este interludio filosófico, procederemos a exponer la relación entre el pensamiento profundo del filósofo y del político.

“Lo creado por el espíritu es más vivo que la materia”.
Charles Baudelaire

Baudelaire en su infinito conocimiento, nos ilumina con la anterior premisa, lo espiritual ciertamente será siempre superior a lo material. Antes de caer en lo superfluo de catalogar lo anterior como una cita meramente teológica, debemos recalcar que lo espiritual se refiere al espíritu, en un sentido no solamente religioso, también filosófico, por lo que es sinónimo de intelecto. Es entonces, lo espiritual todo lo elevado hallado en las ciencias de lo intangible, toda composición, concepto o ser cuyo plano no se haya en lo material o corpóreo. 

Las ideas son composiciones espirituales, y las ideas sublimes son arte.

Pese a que nuestro cuerpo es una prisión material, la naturaleza designa al cerebro como una justa tiara orgánica cuya estratégica ubicación nos recuerda la perenne jerarquía del ser humano: lo intelectual está por encima de lo material. Deberíamos componer una oda a nuestras augustas cienes, centinelas físicas de la mente. Nuestros instinto lo sugiere, nuestra intuición lo aclara y la naturaleza misma lo confirma. Lo espiritual está por encima de lo material. Que sea este recordatorio la oración de inicio en cada misa.

Haced un recuento de lo más noble y grato sobre la faz de la tierra hecho alguna vez por el hombre. Son las artes como la música, la pintura, la literatura y demás afines cautivadores, el maná que confirma nuestra teoría. Lo sublime de la humanidad es su capacidad de trascender pese a la muerte física, hace mucho que el cadáver de Antonio Vivaldi pasó a ser polvo, pero el corazón de su música, de su obra intelectual, todavía sigue latiendo. Son los trabajos intelectuales los que otorgan al hombre la verdadera inmortalidad, el recuerdo a través de generaciones y épocas de sus acciones. Es el intelecto en verdad, lo que fue creado por el espíritu y por ende, no solo más vivo que lo material, sino más longevo. 

¿No es acaso una razón para morir el asegurar la vida de tan magnas obras? ¿No es acaso el arte y sus diferentes manifestaciones una demostración de lo trascendental que puede llegar a ser la especie humana?

Ya bajando de las nubes filosóficas y cayendo en el terreno realista de la política, podemos observar como cada ser humano presenta un carácter y un espíritu forjado en parte por el ambiente y en parte por los caracteres hereditarios y metafísicos del individuo en cuestión. Siendo cada perfil único, es razonable llegar a pensar que cada mente debería alcanzar a ser capaz de proyectar obras intelectuales sumamente diferentes a las que puedan proyectar sus semejantes. Pero, en la práctica vemos como diferentes pueblos son capaces de generar composiciones intelectuales con innumerables características en común, como lo pueden ser el mismo ritmo o el uso de instrumentos similares en la música, o también la selección de un mismo lenguaje en sus obras literarias.

A estos puntos en común que se hayan en distintas composiciones intelectuales provenientes de un mismo pueblo se le llaman “cultura”. Y es la cultura, el nivel más elevado de la gnosis artística, es la cultura uno de los fines últimos de toda comunidad de individuos. La cultura es la dádiva que una generación preserva y otorga a los seres del mañana. La cultura es el producto de los esfuerzos intelectuales mancomunados, de crear una verdadero ídolo y salvador, un avatar de gloria a través del arte. La cultura es lo que hace grande al ser humano.

Quien se atreva a oponerse a la cultura, deberá ser castigado y fulminado por el martillo de la justicia. Quien ame la barbarie de la ignominia deberá ser borrado del libro de la vida.

En este punto, el lector podrá también darse cuenta que existen múltiples culturas, proyecciones intelectuales de pueblos enteros que difieren entre sí. La explicación a este hermoso fenómeno es simple: A pesar que los individuos que conforman un pueblo puedan ser semejantes entre ellos, son muy diferentes a los que componen un pueblo ajeno. En este orden de ideas, podemos afirmar de manera fervorosa y sin duda alguna que:

“No somos iguales”.

Cada uno de nosotros como ser individual y cada uno de nuestros pueblos como seres en colectividad, son únicos, diferentes e irrepetibles. Quien afirme que “todos somos iguales” no solo se convierte en un defensor irremediable de la mentira, sino que además nos deja ver el grado de intolerancia que reside en su interior, pues no pudiendo aceptar las diferencias entre los hombres decide tratar de opacarlas al difundir el credo de la igualdad. Quien te dice “eres igual a mí”, te desprecia, al querer convertirte en su mero reflejo y negarte la voluntad ser único. 

Un último elemento del análisis sería el como se conforman los puntos culturales comunes en cada pueblo. Debido a que cada conjunto de individuos compartió el mismo hábitat trascendiendo los límites generacionales, sus características físicas y mentales fueron forjados por la naturaleza según las necesidades que exigía el ambiente en el cual residían. Esta evolución se intensifica en el hombre cuando de nómada pasa a sedentario, pues cada tribu empezó a generar características hereditarias acordes a su entorno y al entorno de sus ancestros. Fue el apego a la tierra el génesis de las múltiples diferencias étnicas y culturales entre los pueblos, diferencias que forjaron el acervo cultural de cada estirpe al proyectar mediante composiciones intelectuales al mundo que sus sentidos percibían. 

La eliminación de estas condiciones traería como consecuencia un retroceso paulatino en el plano cultural. En caso de existir condiciones ambientales demasiado semejantes entre sí, lo más probable es que los individuos que residen en dichos puntos involucionen a un estado primitivo culturalmente en que se parezcan entre sí. En resumidas cuentas, el irrespeto a las diferencias entre los pueblos traería el fin paulatino de lo que conocemos como cultura, dejando de ser rica y diversa a convertirse en un traste genérico igual en cualquier parte del mundo.

Es así como estas características físicas y lo más importante, intelectuales, fueron heredadas por generaciones de hombres y mujeres que con el paso del tiempo mejoraban la forma pero conservaban la esencia de su cultura. Finalmente, del concepto de tribu se evolucionó al de pueblo, y más avanzado aún llegó a su apoteosis con la Nación, me disculpo por lo abrupto de la explicación al obviar otras formas de organización como el feudo o la ciudad-Estado. La Nación es entonces, la unidad política e incluso antropológica por excelencia, pues en su seno protege los rasgos comunes de elementos culturales, étnicos y lingüísticos que comparten los pobladores de un determinado territorio.

Política.

Teniendo como aristas de la Verdad, la existencia de diferencias culturas y la necesidad de reivindicar la cultura como rectora de nuestras vidas, podemos en materia política denunciar como falsa toda doctrina que reniegue de los principios anteriormente expuestos. Siendo entonces el materialismo, el igualitarismo y todo lo que atente contra las culturas nacionales los enemigos de la Verdad.

En este orden de ideas podemos denunciar tranquilamente al pensamiento marxista como un elemento deformador cuya existencia se basa en la maligna necesidad de acabar con la diversidad cultural e individual. El marxismo al negar la existencia de las patrias y al catalogar a la nación “como un invento de la burguesía para dividir al proletariado”, demuestra lo alejado que esta de la verdad. Además, su ideal igualitario impide el crecimiento individual y la autosuperación, al pretender que cada ser humano deba avanzar al mismo paso que su semejante, sin tomar en cuenta el grado de esfuerzo invertido por el otro. ¿Es justo que quienes se esfuercen en niveles completamente diferentes reciban la misma remuneración? Por supuesto que no. Ya el marxismo se declara enemigo de la humanidad con la siguiente frase: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”. Una lapidaria ofensa a la moral y dignidad del ser humano. Es inaudito tolerar cualquier intento de eliminar la jerarquía natural. Es absurdo pretender que un vago, por ejemplo, reciba la misma remuneración que un profesional simplemente porque también es un ser humano. La verdadera doctrina acorde con la Verdad sería “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su mérito”. Mérito es entonces la palabra clave, el mérito de tener y explotar la Voluntad de Poder que yace en nosotros, el mérito de querer superarnos a nosotros mismos cada día, el mérito de vivir y no simplemente sobrevivir.

Toda senda derivada del marxismo, como el comunismo, la social democracia, el progresismo y un grueso et cetera, son diferentes rostros de una misma infamia, cuyos pilares doctrinarios son anti-naturales e incluso inmorales. El marxismo al renegar de la nación reniega de la cultura, reniega del espíritu, reniega de lo trascendental y le niega la inmortalidad ya sea histórica o teológica al ser humano. El marxismo es el enemigo de todo amante de la Verdad.

“1848 sólo fue divertido porque cada uno fabricaba utopías como castillos en el aire. 1848 sólo fue hermoso por su exceso de ridículo”.
Charles Baudelaire


1848, año fatídico en que fue publicado por vez primera el “Manifiesto del Partido Comunista”, misal de infamia y profeta del “materialismo histórico”. Prácticamente pretende declarar como cierto todo aquello que ya hemos denunciado como falso. Los demiurgos* intentan nuevamente proyectar con sus trucos la mentira como verdad, atrayendo a las masas y construyendo un sendero basado en premisas afortunadamente inalcanzables, cuyo fin último es establecer la teocracia de los profetas, siendo el caso de la Unión Soviética una teocracia esclavizante donde el papel del sumo sacerdote lo asumía el jefe del partido comunista, cruel parco teólogo, que con su guadaña dialéctica, ayudada desde luego con la siempre sutil magia del plomo y del fuego, le arrancaba al pueblo ruso elementos esenciales para el crecimiento intelectual como la propiedad privada o la búsqueda de los trascendental.

*Nota para el lector: Los demiurgos eran artesanos conocidos por los griegos por sus habilidades en los espectáculos de humo y espejos. Fueron los primeros ilusionistas de la humanidad.

Tampoco se selva el germen revolucionario y antecesor predilecto del marxismo, no se nos puede escapar la primera izquierda que vislumbró el mundo. El liberalismo es la cara primigenia de una misma moneda basada en falsos supuestos. El liberalismo fue el gran agente masificador que en su época revolucionaria pregonó la existencia de un mundo no espiritual, donde lo metafísico fuera ignorado de manera obligatoria en aras de crear una sociedad “más racional”. 

Hoy desean idealizar aquél desfile grotesco y sangriento que fue la Revolución Francesa, aquél espectáculo carnal y pasional dirigido por las mentiras de los demiurgos de antaño. La Revolución Francesa de francesa no tiene nada, debería llamarse Revolución Liberal en Francia, pues el liberalismo niega también la importancia de las naciones, al pretender borrar de la faz de la tierras las fronteras políticas con el escueto y vacío argumento de mejorar las relaciones económicas entre los diferentes pueblos.

En resumidas cuentas, el liberalismo antepone los intereses económicos, es decir materialistas, a la importancia del desarrollo cultural. No faltará el liberal ilustrado que intente desarmar nuestra defensa con un vacío “el liberalismo promueve la importancia de la educación de la sociedad”. Intrépida jugada en el ajedrez político, pero falaz al fin de cuentas, pues lo pondremos en jaque de inmediato al interrogarle: ¿La educación que promueve el liberalismo es en pro de las letras y la cultura o de simples fórmulas para acumular dinero? Que ha nadie le sorprenda el hecho, que en la actualidad las artes y la cultura han sido subyugadas por los intereses empresariales, después de todo, el liberalismo educó a gran parte de la humanidad para ello.

Observad la decadencia continua que se hace cada vez más presente entre las grandes estrellas musicales de hoy. 

La música es capaz de reflejar el grado de potencia intelectual de una sociedad. 

Esa premisa debería otorgarle alegría a quienes vivieron durante el período conocido como barroco, pero a nosotros nos causa pena e indignación. Nuestra sociedad se dirige de manera desmesurada y a prisa hacia el fondo del foso. Lo peor de todo es que esta operación esta siendo llevada a cabo por los actuales amos del mundo. Cada casa disquera, cada empresa que financia la entrega de premios Grammy, por ejemplo, posee un poder inimaginable sobre la cultura nacional. Cuando se le entrega un Grammy Latino a un delincuente, en realidad se le está entregando un cetro de poder a un demonio. No es una simple premiación, es una verdadera ceremonia espiritual y energética donde se impone que música debe ser escuchada, es el espacio donde de manera directa te ordenan que gustos musicales debes tener para encajar como una pieza cualquiera en este rompecabezas nauseabundo llamado sociedad contemporánea. 

Gracias al liberalismo, los individuos se convirtieron en masas de corderos que aguardan impacientes por el mandato de aquél pastor de pastores, de aquél titan conocido como empresas trasnacionales. Son aquellos profetas que con sus palabras y con su dinero son capaces de derrumbar sociedades, derrocar gobiernos y demoler fronteras. “Menos poder para el Estado” repiten los liberales, pero más poder para las trasnacionales es lo que desean o al menos logran, al menospreciar los intereses nacionales y perseguir una agenda completamente privada y oculta que involucra la vida de los millones de habitantes del planeta.

La decadencia por supuesto que es provocada, recuerda que mientras más conformista y menos exigente sea una persona, más fácil será venderle un producto, así sea chatarra.

El despertar de esta pesadilla, cuyos tejidos son cánticos de sirenas materialistas lo hallaremos en una senda que realmente reivindique la importancia de los valores relacionados con la Verdad como lo son el Honor y la Justicia y que se eleve lo más alto posible aquél hermoso paraíso intelectual conocido como cultura.

La respuesta se halla en el nacionalismo, elemento político que comprende la importancia fundamental del respeto a las culturas nacionales y que tiene como misión la mejoría de las condiciones morales, intelectuales, físicas y espirituales de los habitantes de una nación. Es el nacionalismo aquél bastión de lucha que con mano firme ahuyentará los intereses materialistas tanto del marxista como del liberal.

Nuestro legado para las demás generaciones, será la construcción de un mundo donde se respete la diversidad tanto étnica como cultural y en donde se enarbolen como banderas de lucha ideales más elevados que nuestra existencia misma. 

Luchar por la nación es hacer cultura.

Debemos entonces tomar cada una de las luces dejadas por grandes hombres e imperios, como antecedentes gloriosos de los que será nuestra propia gesta. Nuestra cruzada identitaria se caracterizará por la búsqueda de la Verdad, al mostrar los verdaderos héroes en una historia parcializada donde los vencedores trataron de satanizar a próceres como el General Marcos Pérez Jiménez, para ocultar en sus supuestos pecados, la gigantesca negligencia y oscurantismo que caracterizaron sus gestiones gubernamentales. 

Hemos de tomar el ejemplo del nacionalismo primigenio, aquél enérgico movimiento del siglo XIX que consiguiera la unificación de naciones dividas anteriormente por fronteras vacías sin significación cultural alguna. Debemos buscar nuevamente aquellos elementos que compartimos con los demás compatriotas y establecer la importancia de nuestra nacionalidad por encima de la clase social o cualquier otra diferencia materialista y efímera pregonada por el marxismo o el liberalismo.

Ya el infame de Gramsci emprendería la batalla por la Hegemonía Cultural de Izquierda. De nosotros queda derrumbar ese paradigma y crear uno nuevo donde la nación sea el ápice de mayor importancia. 

Nuestro nacionalismo pese a tener una gran tradición y una incomparable columna doctrinaria, jamás deberá tener el aroma al moho proveniente de libros guardados cuyas páginas jamás se leyeron. Debemos desempolvar los viejos códices, aprender de ellos y convertir en arquetipos del luchador intelectual a sus dignos y honorables autores, pero no conforme con ello debemos romper las tablas de esta sociedad infecunda y fétida. Debemos darle fin a este pantano, a este letargo intelectual. Debemos rezar nuevamente “para que la rosa florezca, la hierba debe arder”. Hagamos temblar los cimientos de la sociedad emprendiendo una nueva cruzada, cuyas espadas no pueden quedarse en lo físico, deben trascender también y realizar una verdadera guerra cultural e intelectual.

Con plumas y espadas, superemos las glorias pasadas.

No es suficiente rememorar el pasado glorioso, tampoco revivirlo. Necesitamos superarlo y demostrarnos como nación que podemos ser aún más grandes. Esa es la meta de nuestro nuevo nacionalismo... Nacionalismo del Tercer Milenio.



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