Difícilmente cualquier venezolano común sepa algo más de este personaje salvo el famoso estribillo de que “el mismito se mató”, que se repite en la vieja guaracha cubana versionada por la Billo´s Caracas Boys.
Pero aún este pobre conocimiento alcanza para plantear si en algún sentido es posible identificar con él a Hugo Chávez, sugiriendo que se trata de alguien cuyas actuaciones redundan en su propio perjuicio.
Considerando: que se trata de un individuo que gasta en su propia seguridad más dinero público del que se invierte en la del resto de los venezolanos; que diariamente denuncia amenazas contra su vida, mientras 150.000 venezolanos han caído asesinados sin previo aviso; que le ha dado innumerables vueltas al mundo con su familia y una numerosa comitiva en viajes de placer, que lo han llevado desde el Océano Antártico a ver cómo se deshiela un glaciar, tantas veces como ha querido a la Gran Muralla China, a hoteles lujuriosos en Ciudad del Cabo que cuestan 5.000 dólares la noche, a rimbombantes cumbres internacionales mientras el pueblo permanece en el abismo, a inútiles visitas oficiales para codearse con reyes, presidentes, primeros ministros y una cáfila de dictadores, conservando el aplauso de los demócratas, bueno, esto como que no cuadra con la triste figura de alguien conocido por matarse a sí mismo.
En cambio, es inevitable considerar si ese remoquete no les cuadraría mejor a personajes como el general Baduel, por ejemplo, quien lo restituyó en el cargo en abril del 2002, para verse ahora sometido al repudio de los suyos en un rito de casta que en ninguna acepción de la palabra podría llamarse “juicio”.
O a Manuel Rosales, que cambió la primogenitura de liderar la oposición venezolana por el plato de lentejas de la Alcaldía de Maracaibo, para quedarse sin la primogenitura ni el plato de lentejas.
Por no hablar de los gobernadores como Acosta Carlez, Eduardo Manuit, Didalco Bolívar, Ramón Martínez, que llevan estampada la frase: “Así paga el diablo a quien bien le sirve”.
Se podría hacer una lista quizás demasiado larga de ex- como Luis Miquelena, Tobías Nóbrega, hoy expropiado, Marisabel, Leocenis García, el padre Palmar; pero ya resultaría redundante.
Quizás resultaría algo cruel mencionar a algunos presos políticos, como Eligio Cedeño, protagonista del cuento de hadas del muchacho pobre que asciende a prominente banquero gracias a la magia financiera de la dictadura, para terminar en un oscuro embrollo que él mismo no revela sino en sus aspectos superficiales, lo que significa que, aún en la desgracia, sigue siendo confiable.
Last but not least, se podría pensar también en los gobernadores y alcaldes de la “oposición”, que han hecho todas sus apuestas a una ilusoria vía electoral, para “ganar espacios” y luego encontrarse con que les desconocen los exiguos resultados, escamotean el presupuesto, roban atribuciones, instalaciones, recursos y hasta los despachos, por lo que terminan sin cargo y sin nómina.
La pregunta final es: ¿Por qué ha hecho tanta fortuna un sobrenombre tan mal puesto? La respuesta no puede ser otra que ésta es la exacta contrapartida a la costumbre que tiene Chávez de llamar “golpistas” a sus oponentes, es decir, endilgarle al otro lo que ellos son.
El principal aporte del socialismo del siglo XXI es la subversión del lenguaje, la postulación de un “mundo al revés” que también levanta tienda en la llamada “oposición”, lo que es una prueba más, si hicieran falta otras, de su carácter socialista y bolivariano.
ECCE HOMO. Los medios de comunicación que todavía sobreviven apoyan a Teodoro Petkoff con el mismo fervor suicida con que antes apoyaron a Chávez, lo que garantiza larga vida al socialismo. Así, cada madrugada repiten con inflexible devoción los maitines que les dicta desde sus editoriales de Tal Cual.
El servicio que siempre le ha prestado a la dictadura es servir de mediador entre el núcleo duro del régimen y la población desprevenida, con el propósito manifiesto de crear una “oposición de izquierda”, para evitar que la mayoría silenciosa corra en estampida hacia la “derecha”.
Su verdadero enemigo no es el régimen, del que sólo se diferencia por matices, sino cualquier tendencia que rechace al socialismo como sistema, de manera de salvar la franquicia ideológica del repudio generalizado.
Sus aparentes críticas siempre son atenuaciones de los verdaderos objetivos del proceso que causarían una comprensible alarma, de modo de introducir el comunismo, como decía Rómulo Betancourt, “con vaselina”.
Como olvidar su acusación de que el gobierno tenía una política de “carrito chocón”, porque ciertamente es difícil imaginar una cosa más risueña, con más aire de feria y algodón de azúcar que estos juguetes infantiles, aunque se esté refiriendo a una política conflictivista.
Luego inventó lo del “totalitarismo light” y otra vez resulta imposible encontrar alguna asociación de la palabra “light” con algo negativo, sobre todo para la clase media a quien estaba dirigido el mensaje, aunque se trate de un concepto con unas resonancias tan tenebrosas como el “totalitarismo”.
La lista sería interminable antes de llegar a Chacumbele, un personaje que más bien mueve a lástima, compasión, cuando no franca simpatía. Sería imposible asociar a Hitler, Mussolini o Saddam Hussein con Chacumbele, aunque todos ellos se acerquen más al personaje por las consecuencias de sus actuaciones que Hugo Rafael. El problema es que ninguno despierta conmiseración y éste es precisamente el favor que se le hace a un dictador vesánico cuando se le asocia con un personaje lastimoso.
A todas estas: ¿Quién es Chacumbele? Según la guaracha, un típico mujeriego cubano que sería víctima de los celos de su amante que lo cose a puñaladas por, presumiblemente, encontrarlo con otra.
Otra versión más primitiva nos lo muestra como un pobre policía de La Habana de principios del siglo pasado que, sintiéndose víctima de las infidelidades de su mujer, se descerraja un tiro con su arma de reglamento.
La versión más antigua, la única documentada y quizás verdadera, es la de un pobre palmero cubano que se cae de la palma y muere así, sin que nadie lo hubiera matado. Quién sabe si de allí provenga también el dicho “se cayó de la mata” o bien “estar caído de la mata”.
Casi es posible figurarse a una negra anciana musitando: “Ay, Chacumbele, el mismito se mató”, sin saber que estaba originando una saga que llega hasta nuestros días para convertirse en tema de manipulación y propaganda política.
El punto de esta digresión es: ¿Alguien puede sostener que alguna de estas versiones encaje con Hugo Rafael? Sin embargo, ¿por qué se sigue repitiendo esta tergiversación de una manera tan sistemática, acrítica y sin análisis?
Para mantener la imagen del “pobrecito Hugo”, inocente muchacho campesino que no sabe lo que hace y que, en el fondo, sólo se perjudica a sí mismo.
LISTA LA LISTA. Sin duda, los futuros chacumbeles serán los aspirantes a la Asamblea Nacional, por múltiples razones. Primero, porque están contando con aparecer en la lista de salidores, que ya está lista, no muy bien guardada, en unos cuantos escritorios, de donde se filtra cuando conviene.
Los viejos zorros comunistas saben mucho de eso, porque se han pasado toda la vida elaborando listas previas para después salir a ofrecerle cargos a los que no figuran en ellas, entusiasmándolos en ilusorias campañas de selección, para luego dejarlos en la estacada.
Segundo, porque los comunistas del gobierno harán lo mismo. Ofrecen 30 curules; pero la oposición se tranza en un tres a uno, o sea, 40. A la hora de la verdad no les cederán sino 24.
Nada importa que el sistema electoral sea fraudulento, porque se parte de una suerte de “realismo político” según el cual todo sistema electoral es tramposo, aquí y donde sea. Más que la elección, que es un procedimiento de selección como cualquier otro, lo que importa son los acuerdos políticos “por arriba”. Finalmente, “eso es lo que hay” y se debe jugar el juego electoral en cualquier terreno que sea, porque es lo único que justifica el financiamiento externo, la propaganda, la movilización y la emergencia del liderazgo.
El error medular es creer (o aparentar que se cree) y hacer creer al electorado que la Asamblea Nacional es algo, que allí, por ejemplo, se hacen leyes, cuando los mismos “diputados” se quejan de que se las lleva un motorizado en sobre cerrado y a veces las aprueban sin siquiera leerlas.
O que allí se designan altos cargos, como Directores del CNE, Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia o eso que llaman Poder Moral, cuando todo el mundo sabe que esos funcionarios salen de un concilio de militares golpistas, guerrilleros fracasados y sus asesores cubanos. A esto se llama confundir las apariencias con la realidad, la fachada con el edificio, la máscara con el poder, como diría el teórico de la dictadura Luis Britto García.
Una Asamblea Nacional contra el Ejecutivo es estéril, no podría hacer valer sus decisiones y sería esterilizada o cerrada, como ocurrió con la Corte Primera de lo Contencioso Administrativo cuando dictó una decisión contra los supuestos “médicos cubanos”, es decir, contra la invasión de los hermanos Castro.
No merece comentario el argumento desteñido de que entonces “a Chávez se le caerá la careta”, como si tuviera alguna. En verdad, esa es su cara.
Hay que ser algo más que cándido y bien intencionado para creer (y pretender hacer creer) que por el hecho de que Julio Borges realice su sueño de ser jefe de una fracción parlamentaria y dar discursos en la Cámara, eso va a mejorar la suerte de los venezolanos y salvar la República, por usar grandes palabras.
O dicho más sencillo: que eso va a reducir el índice de homicidios los fines de semana, aliviará el martirio de los desaparecidos, secuestrados, presos políticos y de sus familiares y permitirá el retorno de los exiliados.
Lo que sí ocurrirá es que algunos tendrán inmunidad parlamentaria, cuantiosos estipendios y viáticos, figuración pública, prestigio en su medio social y lo más importante, se integrarán de pleno derecho en la nomenklatura del régimen, a los nuevos estamentos de la Quinta República, que pretende durar mil años.
La oposición forma un sistema con el gobierno y su proyecto incluye ignorar a la mayoría del país, que no se identifica con ninguno de los dos, dejándola por fuera, sin voz, presencia pública, ni derecho a existir.
Pero el afán de sobrevivir guindándose del régimen puede llevarla a compartir su suerte.

Luis Marín
13-11-09

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